Pensando en los 100 primeros días del presidente Macri,
me dan ganas de repetir el magnífico informe de Lalo Mir en su espacio “Sin
respirar” que sintetiza lo que fue el comienzo del gobierno de Cambiemos. (Si
alguien aún no lo vio, se lo recomiendo y les dejo el link: https://youtu.be/xnazBV6T2AE ).
Pero por
desgracia no es tan fácil como eso hacer un análisis de estos primeros tres
meses de gobierno. Ante todo, estábamos desacostumbrados a los cambios de
gobierno. Luego de tres periodos presidenciales en que no sólo no cambió el
signo político, sino que hubo una continuidad en las políticas globales, con
sus más y sus menos, pero siguiendo un mismo rumbo, ahora nos toca vivir un
cambio radical, con una vuelta a experiencias económicas y sociales que
pensábamos (inocentemente) haber dejado atrás.
Nada me sorprende
de lo hecho por Macri. No esperaba más. Tampoco menos. Siendo el representante
autóctono de un capitalismo transnacional que asume la política a partir de los
negocios generados, primero a través de las empresas contratistas del Estado de
su familia y luego, a través de un equipo de fútbol que está inmerso en
negociados a nivel nacional e internacional, no podía esperar otra cosa. Y voy
a poner un ejemplo: si el gobierno fuera anarquista, no me extrañaría que
expropie los bienes particulares y los entregue a obreros organizados, sí me
llamaría la atención que reprima con la policía la protesta social.
Lo que sí llama
la atención (o no tanto), es que no han podido hacer que sus socios respeten y
ayuden a la inicial consolidación de un gobierno que ha llegado legítimamente a
través del voto, pero anémico de estructura política. No cuentan con base
territorial extendida en todo el país, no cuentan con bancadas numerosas en el
Congreso Nacional, más aún, da la impresión que el haber ganado la gobernación
de Buenos Aires los ha dejado con un vacío de funcionarios capaces de asumir
funciones, que es notable. Y a esto debemos agregar que sus socios de
intereses, aquellos que manejan las estructuras económicas a través de la
concentración de la comercialización agrícola o la producción de bienes y
servicios, los han atacado con la negativa a liquidar exportaciones o
aumentando los precios de modo abrumador, generando una inflación desenfrenada.
Pero no sólo del
Macrismo surgieron grandes dudas. No puede entenderse qué intentaba hacer el
FPV en estas elecciones. Veamos algunos ejemplos: en Córdoba, se llevaron de
candidatos a personas que estaban inmersas en escándalos judiciales como el
caso CBI. Las provincias que quedaron en poder del FPV están totalmente
desfinanciadas y deben acudir al gobierno nacional en busca de fondos, con el
correlato de negociaciones políticas que ponen en dudas los discursos previos. Los
nombramientos en el Estado nacional de los últimos años fueron totalmente
precarios (en la figura del “contratado” o el “monotributista”) que dejo a
todos ellos en manos de la furia ajustadora del nuevo gobierno.
Los 12 años de la
administración del FPV plantearon una novedosa visión de las formas de hacer
política. En sus comienzos con un método de construcción que parecía abarcar a
todo el campo popular. Posteriormente y dadas las urgencias propias de un
gobierno que necesitaba apoyo parlamentario y territorial fue virando hacia una
peronización que dejaba fuera toda otra forma de ver la política nacional. No obstante,
grandes logros alcanzó y muchos problemas tuvo. Tal vez el más grave y que lo
llevó a la derrota fue la falta de decisión en la conformación de nuevos
liderazgos que convivieran camino a la sucesión con la Presidente Fernández de
Kirchner. El mismo candidato Scioli parecía más atacado por la tropa propia que
por los opositores. Tarde, camino al ballotage algunos se dieron cuenta de la
necesidad de militar su candidatura.
Pero horrible y
de mal gusto es llorar sobre la leche derramada. El históricamente llamado
Movimiento Nacional y Popular, debe aprender de todo esto. Como movimiento
histórico se han cometido errores en distintas épocas, sobre todo el error de
pensar que se gobierna por siempre y no saber conjugar el valor del hartazgo de
mucha gente a modos de gobernar que se tiñen de cierta impunidad.
Ahora estamos en
otro momento de nuestra fluctuante historia política. Los grupos económicos y
sociales vinculados a la transnacionalización capitalista están de fiesta y ese
festejo lo pagan los que menos tienen, las víctimas del sistema que no supimos
rescatar, los despojados de siempre. Pero sobre todo no aprendimos que desde el
capitalismo, sin cuestionar su fundamento y su lógica, nunca podremos construir
una Patria para todos, donde los “sufrientes” sean la razón última de cada
decisión. Un lugar de integración para el desarrollo personal y comunitario que
contemple al ser humano en su dignidad y que esa dignidad sea su último
fundamento.
Jorge Gerbaldo
15/3/2016