lunes, 23 de octubre de 2017

Santiago Maldonado y la caída de la careta social

                  No intento hoy hablar del caso Santiago Maldonado, que tanto queda por saber y tanto se ha dicho sin saber. Intento pensar en cómo nuestra sociedad, después de tantos años sigue enfrentada por temas que pensábamos superados, que creíamos que todos estábamos de acuerdo y que todos no queríamos que se repitieran.
                Luego de las condenas por los juicios de delitos de lesa humanidad ocurridos durante la última dictadura, en que la gente salió a la calle masivamente en apoyo a lo dictado por la justicia, parecía que nos unía el sentimiento de que como conjunto social habíamos decidido que no íbamos a soportar más el atropello del Estado sobre nuestros derechos y hasta sobre nuestra persona.
                Pero vino el caso Santiago Maldonado y tiro por la borda 40 años de construcción de conciencia. De golpe, de un día para el otro, volvimos al “algo habrá hecho”. No importaba que a un joven no se lo encontrara durante 80 días. No importaba que la última vez que se lo vio, estuviera huyendo de una carga de gendarmería. No importaba que esa fuerza de seguridad durante 30 días mintiera diciendo que no iban armados y que no hubieran llegado a la zona donde se habían refugiado los manifestantes.
                Y Santiago Maldonado trajo otras  discusiones colaterales, por ejemplo la raíz étnica del pueblo Mapuche. Se discutió ya no solo el reclamo de los pueblos originarios sobre ciertas tierras, que fueron otorgadas por ley, sino también si el mismo pueblo Mapuche es argentino o chileno, como si estas naciones originarias de nuestra América no fueran anteriores a la conformación de los Estados a mediados del siglo XIX.
                Y así, desviando discusiones, aceptando comentarios de dirigentes políticos del más alto nivel, como Carrió, que en una falta de respeto sólo comprensible en una persona que parece “borracha de votos” hace bromas que hieren las sensibilidades más duras, pero que ella es impune porque los medios de comunicación han decidido recubrirla de un halo de santidad vengadora incomprensible, ya que ella misma vive en constante contradicciones, tal como nos pasa a la mayoría de los seres humanos. No es un ángel, aunque ella se lo crea, y no se da cuenta que un buen día, cuando moleste se la sacarán de encima.
                Y así, a upa de Santiago Maldonado, mostramos la hilacha. La mostramos cuando el gobierno nacional le puso un guardián del Ministerio de Justicia al juez Otranto para que cuidara que la investigación no fuera para un lado no conveniente y la mostramos cuando se reclamaba la aparición con vida de Maldonado esperando que no aparezca hasta después del 22  de octubre creyendo que eso sacaría votos al oficialismo. Mostramos la hilacha, cuando se dejó a la Gendarmería investigar durante los diez primeros días y era a ellos a quien debía investigarse. Mostramos la hilacha, cuando debíamos solidarizarnos y acompañar la búsqueda de la familia y lo único que hacíamos era dividirnos entre los que estábamos en contra del gobierno acusándolo y los que estábamos a favor del gobierno y decíamos que tal vez se lo tenía merecido.
                Pero no hicimos lo que debíamos hacer. Investigar cómo puede ser que en un espacio yermo una persona desaparezca de la nada. Ayudar a la justicia con todos los medios que como ciudadanos les entregamos al Estado para que nos proteja. Acompañar a una familia que sufre y entre todos encontrar la verdad.
                Pero me parece que ante todo, debemos como sociedad ponernos de acuerdo seriamente, sin falacias, el contenido de los derechos que debemos defender. Sin importar quién ejerza el gobierno, para evitar que a la primera complicación salten como langostas las diferencias más profundas que muestran que aún hay  gente que cree que pueden resolverse las contradicciones sociales con un concepto de mano dura que es inadmisible en el estado de derecho y que no es sacándose de encima a los diferentes a nosotros cómo se construye un mundo para todos.
                Debemos ponernos de acuerdo en que el mundo es tan grande que todos tenemos lugar. Los hijos de inmigrantes europeos y los hijos de inmigrantes americanos. Los criollos y los originarios. Los rubios y los negros. Los adultos “responsables” y los jóvenes “útopicos”. Y ese mundo lo que no debe tener es ricos y pobres, sino que todos tienen derecho a la vida digna. No debe tener poderosos ni oprimidos, ya que todos deben tener acceso a la libertad que surge de la fraternidad. Quien oprima debe ser castigado, quien viole derechos debe ser castigado, quien se olvide de su hermano debe ser reconvertido por los demás para de ese modo vivir en armonía.
                Así, Santiago Maldonado, que acompañaba los reclamos que consideraba justos podrá encontrarse en paz y su familia dejará de sufrir, ya no sólo su ausencia, sino también los insultos hacia el ser perdido.

Jorge Gerbaldo
23-10-2017