domingo, 7 de junio de 2020

EL DÍA QUE CORRIENTES TUVO SU GRITO DE MONTESINOS. Reflexiones a partir de una homilía del padre Raúl Marturet



               No tuve el honor de conocer a Raúl Marturet, supe de él y su hombría de bien y sabiduría por su hermano Mario, ya en la Casa del Padre, que me honró con su amistad. Así fue como conocí el contenido de la homilía que predicó para el 70° aniversario de un banco, en Corrientes allá por 1968. Esa homilía es de tal contenido social y evangélico que me hizo acordar la famosa homilía de adviento de Fray Antonio de Montesinos que llevó a la conversión al mismísimo fray Bartolomé de las Casas, el gran defensor de los indios en los primeros años de la colonización.
               Raúl Marturet, sacerdote del movimiento del Tercer Mundo, hombre bueno y justo dicen quienes lo acompañaron, fue excomulgado por el Arzobispo Vicentín en 1970. Una durísima sanción que se dio en el contexto de persecución de los poderosos correntinos. Cuenta Mario Marturet, que, aunque acatando la decisión del obispo, siguió su tarea de ayudar y acompañar a su gente. Siendo un hombre joven, 65 años falleció. Pero la justicia y sobre todo el amor siempre llegan a dar su buen resultado y es así como el 31-11-2016, el Papa Francisco le retira la excomunión post mortem, un acto de reivindicación de su parte, sin dudas.
Pero creo que antes de continuar, se nos hace preciso conocer el texto de la homilía que quiero compartir y comentar. A continuación, lo que predicó el padre Marturet[1]:
“Señores: Celebramos durante esta semana la fiesta de la plenitud cristiana: Pentecostés. Plenitud que entraña la liberación del hombre del pecado y sus consecuencias; miseria, hambre, ignorancia, ambición desmedida con sus secuelas de vilezas, mezquindades, ruindad moral; opresiones, explotación del hombre por el hombre; violencia pasiva, prolongada, desbastadora del hombre y su dignidad, embozada y encubierta que lo acostumbra hasta convencerlo que su vigencia es natural e irradicable; violencia activa en forma de guerras, atentados personales; odios rencores, envidias. Toda la gama de injusticias que brotan con espontánea naturalidad del EGOÍSMO tanto personal como de grupos, sean estos familiares, o de clase, o de la conjunción de intereses comunes de lucro, de sórdidas ganancias.
Estas últimas dan vida al CAPITALISMO que es la forma del capital al servicio del capital, en lugar del capital al servicio del hombre. De la monopolización de capitales nacen los “imperialismos del dinero” con su interminable secuelas de injusticias proyectadas socialmente, para el que la explotación es el medio único y seguro para obtener más y más ganancias, más y más riquezas, más y más poder, con su inevitable resultado de más y más hombres y pueblos cada vez más pobres, más sometidos, vejados en su dignidad e impedidos de acceder a condiciones más dignas económica y culturalmente, como lo señala Pablo VI en la “Populorum Progressio”.
Este breve análisis de las consecuencias del pecado en el orden personal pero principalmente en el social y tal como se dan aquí y ahora, en la Argentina, en Corrientes, en Latinoamérica y en el occidente llamado democrático y cristiano, nos obliga a una seria reflexión sobre el Evangelio, nuestra fidelidad al mismo y la actuación del cristiano en lo temporal “con conciencia cristiana”.
Brevemente: Cristo en su Vida y su Doctrina, nos exige la ruptura con el egoísmo. Por eso su Verdad Fundamental es el Amor mutuo realizado según su ejemplo: “Amaos los unos a los otros como Yo os he amado”, “No hay mayor prueba de amor que dar la vida por los amigos”. La medida del amor de Jesús está dada por la Cruz: “los amó hasta el fin”. Pero su concreción en la práctica cotidiana se llama servicio. “No he venido a ser servido sino a servir”. Y en la noche del Jueves Mayor del mundo, lava los pies a sus Apóstoles en gesto simbólico de los que tendría que ser la vida del cristiano y de la Iglesia: humilde servicio a la humanidad. “Os he dado ejemplo para que obreis de la misma manera. El que entre vosotros quiera ser el primero, que sea como el último”.
El amor es la única solución para el egoísmo, porque el amor iguala, empareja. Trata de lograr paridad de condiciones para todos. Igualdad en todos los órdenes de la vida del hombre, empezando por el económico. Allí nacen todas las esclavitudes y sujeciones injustas, por eso Dios comienza desde allí la liberación de los oprimidos. Las páginas del Éxodo lo muestran con claridad cuando exige al Faraón la libertad de su pueblo para “que pueda rendirle culto”. No quiere el culto de esclavos, no porque los rechace con desprecio por su humilde condición, sino porque lo irrita la prepotencia de los esclavistas que así denigran la grandeza y dignidad de sus hijos “creados a su imagen y semejanza”.
Esta primera liberación es indispensable e insustituible para que la persona vaya alcanzando en sucesivas etapas, liberaciones más y más altas hasta alcanzar la plenitud de su grandeza personal. Pablo VI lo expresa en términos de desarrollo desde condiciones de vida menos humanas, a condiciones más humanas: “Menos humanas, dice las carencias materiales de los que están privados del mínimum vital y las carencias morales de los que están mutilados por el egoísmo. Menos humanas: de las estructuras opresoras, que provienen del abuso del tener o del abuso del poder, de la explotación de los trabajadores o de la injusticia en los negocios. Más humanas: el remontarse de la miseria a la posesión de lo necesario. Más humanas todavía: el reconocimiento por parte del hombre, de los valores supremos y de Dios. Más humanas, por fin, y especialmente: la fe, donde Dios acogido por la buena voluntad del hombre y la unidad en la caridad de Cristo.
Sólo el amor, según cristo, destruye el egoísmo y se lanza a la liberación del hombre. Y en nuestro tiempo y aquí, el opresor se llama CAPITALISMO, condenado por Pablo VI con estas palabras: “…por desgracia ha sido construido un sistema que considera el provecho como motor esencial del progreso económico, la competencia como ley suprema de la economía, la propiedad privada de los medios de producción como un derecho absoluto, sin límites ni obligaciones sociales correspondientes… No hay manera de reprobar tal abuso que recordando solemnemente una vez más que la economía debe estar al servicio del hombre”. (PP26).
Este amor es la exigencia, el mandato, el imperio absoluto del Evangelio. Ante la situación actual, frente al ordenamiento socio económico del sistema capitalista y la voz del Evangelio y de la Iglesia que en él se inspira, no le queda al católico más que dos alternativas: o repudiar y luchar contra el sistema capitalista para no traicionar su fe, o renunciar al nombre cristiano y seguir adherido al sistema de inequidad condenado sin remisión por los principios evangélicos.
Sé que nos fácil para muchos cristianos de buena voluntad y recta buena fe comprender y aceptar esta alternativa que es hiriente y dolorosa. El miedo al comunismo por un lado y la falsa opción que el sistema propicia de: o capitalismo comunismo por otra; sumadas a las aparentes libertades que el sistema concede a individuos e instituciones lucen que se pierdan de vista otras posibilidades. Pero el cristiano debe mirar mejor, debe ver la realidad y confrontarla con su fe, con el Evangelio del Señor que es su guía. Un obstáculo para dilatar esta mirada es el progreso del capitalismo traído con la industrialización, que es bien común de la humanidad ese progreso estrepitoso y fulgurante, no debe hacernos olvidar las leyes internas que lo regulan y que lo constituyen esencialmente opresor y explotador y por eso intrínsecamente injusto. Su cono de luz enceguecedora ilumina apenas a un tercio de la humanidad y sume a los dos tercios – la mayoría absoluta – restante, en el hambre; el triple hambre de pan, de cultura y de Dios. Esto no sólo es inhumano, sino que es anticristiano. Perdón, digo mal: es anticristiano porque es inhumano.
La oposición del sistema capitalista con el Plan de Dios es irreductible. “Dios dice el Concilio, ha destinado la tierra y todo lo que en ella se contiene para uso de todos los hombres y de todos los pueblos, de modo que los bienes creados deben llegar a todos en forma justa, según la regla de la justicia”. (GS 9)
La imposibilidad de que el Plan de Dios se cumpla dentro del sistema capitalista llevó al Papa Juan XXIII a auspiciar la socialización de los bienes de producción: “Se debe tender a que la empresa se convierta en una comunidad de personas, en las relaciones, en las funciones, y en la situación de todo el personal. La socialización no ha de considerarse como producto de fuerzas naturales que obren fatalmente, sino que es creación de los hombres, seres conscientes, libres e inclinados por la naturaleza a obrar con responsabilidad, por lo que creemos que la socialización puede y debe ser realizada de modo que se obtengan las ventajas que trae consigo y se aparten o frenen los reflejos negativos. Si la socialización se mueve en el ámbito del orden moral, siguiendo las líneas indicadas, NO TRAE DE POR SÍ peligros graves de opresión con daño de los individuos; en cambio contribuye a fomentar en ellos la afirmación y el desarrollo de las cualidades propias de la persona; además se concreta en una RECONSTRUCCICÓN ORGÁNICA  de la convivencia, que nuestro predecesor Pío XI, en la Encíclica Quadragésimo Año, proponía y defendía como condición indispensable para que queden satisfechas las exigencias de la Justicia Social” (M.M. 10 y 11).
Señores termino: Los 70 años de la Institución Bancaria cuya celebración nos congrega en la fe en torno a la Eucaristía, convence del sentido cristiano vigente en quienes la dirigen. Esta seguridad es más que suficiente para exponer aquí las exigencias del Evangelio. Con la “santa libertad de los hijos de Dios” y teniendo en cuenta que “la Palabra de Dios no puede ser encadenada”, sino que se la debe proclamar “con oportunidad o sin ella” es que hablé de un aspecto – quizás el más urgente y necesario en este punto de la historia – para la conciencia y la acción temporal del laico. Se juega de un modo decisivo en él, la fidelidad del cristiano al Evangelio, su compromiso bautismal y el de toda la Iglesia urgida por el Concilio a “escrutar los signos de los tiempos a fin de resolverlos, para bien de la humanidad, según las enseñanzas del Señor”.
“Una renovada toma de conciencia de las exigencias del mensaje evangélico obliga a la Iglesia a ponerse al servicio de los hombres, para ayudarlos a captar todas las dimensiones de este grave problema y convencerlos DE LA URGENCIA de una acción solidaria en este CAMBIO DECISIVO de la historia de la humanidad”. (PP 1). Porque en este CAMBIO “no se trata sólo de vencer el hambre, ni siquiera de hacer retroceder la pobreza. El combate contra la miseria, urgente y necesario, es insuficiente. Se trata de CONSTRUIR UN MUNDO donde todo hombre, sin excepción de la raza, religión y nacionalidad, pueda vivir una vida plenamente humana, EMANCIPADO DE LAS SERVIDUMBRES que le vienen de parte de los hombres; un mundo donde LA LIBERTAD NO SEA UNA PALABRA VANA”. (PP 47).
¿Qué hacer? ¿Cómo hacerlo? Es el interrogante angustioso de toda conciencia cristiana que quiere ser fiel. Pablo VI da normas generales que cada uno y cada sector deberá concretar. “Entiéndasenos, dice el Papa, la situación presente tiene que afrontarse VALEROSAMENTE y combatirse y vencerse las injusticias que trae consigo. El desarrollo exige TRANSFORMACIONES AUDACES, PROFUNDAMENTE INNOVADORAS.  Hay que emprender, sin más, REFORMAS URGENTES. Cada uno debe aceptar generosamente su papel, sobre todo los que, por su educación, su situación y su poder tienen grandes posibilidades de acción. Que, dando ejemplo, empiecen por sus propios haberes, como ya lo han hecho muchos hermanos nuestros en el Episcopado”. (PP 32).
Pentecostés marca la venida del Espíritu Santo, enviado por el Hijo desde el Padre para que, en nuestras conciencias, dé testimonio del Señor (su Evangelio, su Vida) a fin de que nosotros demos testimonio de Él al mundo (Jn 15, 26-27). Señores ha llegado la hora de darlo.
Corrientes, 7 de junio de 1968.”
               Como habrán podido ver, es un texto lleno de definiciones, fruto de un hombre que conocía en profundidad el Magisterio de su época. Los mensajes de Juan XXIII sobre la socialización de los medios de producción, la profunda crítica al capitalismo de la Encíclica Populorum Progressio de Pablo VI, que tan hondo caló en esta América Latina conflictuada por la situación en que se vivía en la posguerra siendo campo de batalla entre el Stalinismo soviético y el capitalismo estadounidense que la consideraba su patio de atrás.
               Comencé diciendo que podíamos considerar esta homilía en la provincia argentina de Corrientes en 1968 en similitud de situación que la conocida de Fray Antonio de Montesinos en 1511, menos de 20 años del “descubrimiento”, estando presente en esa celebración el hijo de Colón en su carácter de máximo representante de la Corona en la isla La Española, entre otros grandes dignatarios y como ya dijimos quien fuera un encomendero de indios y luego conocido como Fray Bartolomé. Montesinos y su comunidad, porque he ahí lo interesante de la historia, esta reflexión fue comunitaria de los dominicos de la isla que veían la injusticia que se producía con los originarios propietarios de esas tierras. Hay un interesante análisis del texto realizado por Pedro Trigo SJ [2]. Los puntos centrales del mensaje son: los indígenas son seres humanos. Son hijos de Dios. Son dueños en pacífica posesión de sus tierras. No se los puede esclavizar ni servirse de ellos en contra de su voluntad, ni, por supuesto, maltratarlos o matarlos.
               Hoy escuchamos estas palabras y parece que la podríamos aplicar a nuestras comunidades Wichis o Qom en Argentina, o a las distintas naciones que son parte de la Amazonia, cuyas tierras son arrasadas por incendios intencionales para expandir la industria sojera o asesinados para que no reclamen sus tierras ancestrales como sucede con los mapuches-araucanos en la Patagonia argentina o chilena.
La vigencia del reclamo de Montesinos se reitera en la llamada de atención de Marturet. La denuncia profética del capitalismo como fuente de opresión, de la falsa disyuntiva entre capitalismo y comunismo – que paradójicamente ha renacido 50 años después –, la exigencia de la opción evangélica por los que sufren y tantas otras cosas que dijo en cara de los banqueros ese día, nos muestra que no sólo poco a cambiado el mundo (o nuestro mundo) sino que se han profundizado las desigualdades alertadas por él.
Nos recuerda el padre Mugica: “En abril de 1969, los obispos hacen un diagnóstico de la realidad que actualmente tiene vigencia: comprobamos que a través de un largo proceso histórico que aún tiene vigencia se ha llegado en nuestro país a una estructura injusta. Es decir, no es un cambio de hombres o de gobierno, sino que es un cambio de estructuras, de sistema. La liberación debería realizarse en todos los sectores donde hay opresión. En el orden jurídico, en el político, en el cultural, en el económico y en el social”.[3]
               Sigue siendo la gran llamada al cristiano el ser fermento de un mundo nuevo, el cual no puede nacer de lo que en los 60 y 70 del siglo pasado se llamó simplemente capitalismo y que ya fuera denunciado por Montesinos en el siglo XVI y hoy conocemos con el simpático nombre de globalización que nos hace creer que todos somos iguales cuando no lo somos. Ni todas las naciones son iguales, ni todos los que formamos esas naciones lo somos. Los difusores de la esta nueva realidad nos hacen pensar que el internet nos igualó, cuando existen poblaciones completas del interior del país que apenas pueden acceder a ella.
               La globalización real es otra cosa, es la globalización, prácticamente sin oposición del sistema capitalista en el mundo. Dice Slavov Zizek, citando a Fredric Jameson que “es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”. Un capitalismo, que junto con el colonialismo moderno son las herramientas de opresión que mantiene a los pobres sin posibilidad de vivir una vida digna, sin posibilidad de progreso y sin futuro ni para ellos ni para sus hijos, porque en el actual sistema mundial, las clases son estratificadas e inmovilizadas.
               El Papa Francisco lo dice con claridad: “Quisiera advertir que no suele haber conciencia clara de los problemas que afectan particularmente a los excluidos. Ellos son la mayor parte del planeta, miles de millones de personas. Hoy están presentes en los debates políticos y económicos internacionales, pero frecuentemente parece que sus problemas se plantean como un apéndice, como una cuestión que se añade casi por obligación o de manera periférica, si es que no se los considera un mero daño colateral. De hecho, a la hora de la actuación concreta, quedan frecuentemente en el último lugar. Ello se debe en parte a que muchos profesionales, formadores de opinión, medios de comunicación y centros de poder están ubicados lejos de ellos, en áreas urbanas aisladas, sin tomar contacto directo con sus problemas. Viven y reflexionan desde la comodidad de un desarrollo y de una calidad de vida que no están al alcance de la mayoría de la población mundial. Esta falta de contacto físico y de encuentro, a veces favorecida por la desintegración de nuestras ciudades, ayuda a cauterizar la conciencia y a ignorar parte de la realidad en análisis sesgados. Esto a veces convive con un discurso «verde». Pero hoy no podemos dejar de reconocer que un verdadero planteo ecológico se convierte siempre en un planteo social, que debe integrar la justicia en las discusiones sobre el ambiente, para escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres”.[4]
               Hoy los clamores que nos hicieron ver Montesinos, Marturet, Mugica, siguen oyéndose estruendosamente, siguen cuestionándonos, siguen clamándonos y no podemos desoír ese llamado. Por estos días vivimos tiempos distintos como humanidad por una pandemia que sí es global y que como todo daño ataca más fuerte a los indefensos. Pero no podemos dejar de seguir legados como los que hemos visto en estas líneas.
               Como decía al principio no conocí a Raúl, aunque hubiera sido un gusto, seguramente, haber podido compartir unos mates y una buena charla como sí tuve la oportunidad de hacer con su hermano Mario Marturet y creo que habría aprendido tanto como lo hice. Por ello he querido hacer memoria de estas palabras.
Prof. Jorge Gerbaldo
07/06/2020




[1] Texto extraído del libro: “Diputado.. ¿Yo?. Mario Alfredo Marturet. Ed. del autor. Noviembre 2018. Corrientes. Pags. 124-130
[3] Mugica, Carlos. “Peronismo y cristianismo” Ed. Punto de Encuentro. Buenos Aires. 2012
[4] Encíclica Laudato Si. N° 49