No
tuve el honor de conocer a Raúl Marturet, supe de él y su hombría de bien y
sabiduría por su hermano Mario, ya en la Casa del Padre, que me honró con
su amistad. Así fue como conocí el contenido de la homilía que predicó para el
70° aniversario de un banco, en Corrientes allá por 1968. Esa homilía es de tal
contenido social y evangélico que me hizo acordar la famosa homilía de adviento
de Fray Antonio de Montesinos que llevó a la conversión al mismísimo fray
Bartolomé de las Casas, el gran defensor de los indios en los primeros años de
la colonización.
Raúl
Marturet, sacerdote del movimiento del Tercer Mundo, hombre bueno y justo dicen
quienes lo acompañaron, fue excomulgado por el Arzobispo Vicentín en 1970. Una
durísima sanción que se dio en el contexto de persecución de los poderosos
correntinos. Cuenta Mario Marturet, que, aunque acatando la decisión del obispo,
siguió su tarea de ayudar y acompañar a su gente. Siendo un hombre joven, 65
años falleció. Pero la justicia y sobre todo el amor siempre llegan a dar su
buen resultado y es así como el 31-11-2016, el Papa Francisco le retira la
excomunión post mortem, un acto de reivindicación de su parte, sin dudas.
Pero creo que
antes de continuar, se nos hace preciso conocer el texto de la homilía que
quiero compartir y comentar. A continuación, lo que predicó el padre Marturet
:
“Señores:
Celebramos durante esta semana la fiesta de la plenitud cristiana: Pentecostés.
Plenitud que entraña la liberación del hombre del pecado y sus consecuencias;
miseria, hambre, ignorancia, ambición desmedida con sus secuelas de vilezas,
mezquindades, ruindad moral; opresiones, explotación del hombre por el hombre;
violencia pasiva, prolongada, desbastadora del hombre y su dignidad, embozada y
encubierta que lo acostumbra hasta convencerlo que su vigencia es natural e
irradicable; violencia activa en forma de guerras, atentados personales; odios
rencores, envidias. Toda la gama de injusticias que brotan con espontánea
naturalidad del EGOÍSMO tanto personal como de grupos, sean estos familiares, o
de clase, o de la conjunción de intereses comunes de lucro, de sórdidas
ganancias.
Estas
últimas dan vida al CAPITALISMO que es la forma del capital al servicio del
capital, en lugar del capital al servicio del hombre. De la monopolización de
capitales nacen los “imperialismos del dinero” con su interminable secuelas de
injusticias proyectadas socialmente, para el que la explotación es el medio
único y seguro para obtener más y más ganancias, más y más riquezas, más y más
poder, con su inevitable resultado de más y más hombres y pueblos cada vez más
pobres, más sometidos, vejados en su dignidad e impedidos de acceder a
condiciones más dignas económica y culturalmente, como lo señala Pablo VI en la
“Populorum Progressio”.
Este
breve análisis de las consecuencias del pecado en el orden personal pero
principalmente en el social y tal como se dan aquí y ahora, en la Argentina, en
Corrientes, en Latinoamérica y en el occidente llamado democrático y cristiano,
nos obliga a una seria reflexión sobre el Evangelio, nuestra fidelidad al mismo
y la actuación del cristiano en lo temporal “con conciencia cristiana”.
Brevemente:
Cristo en su Vida y su Doctrina, nos exige la ruptura con el egoísmo. Por eso
su Verdad Fundamental es el Amor mutuo realizado según su ejemplo: “Amaos los
unos a los otros como Yo os he amado”, “No hay mayor prueba de amor que dar la
vida por los amigos”. La medida del amor de Jesús está dada por la Cruz: “los
amó hasta el fin”. Pero su concreción en la práctica cotidiana se llama
servicio. “No he venido a ser servido sino a servir”. Y en la noche del Jueves
Mayor del mundo, lava los pies a sus Apóstoles en gesto simbólico de los que
tendría que ser la vida del cristiano y de la Iglesia: humilde servicio a la
humanidad. “Os he dado ejemplo para que obreis de la misma manera. El que entre
vosotros quiera ser el primero, que sea como el último”.
El
amor es la única solución para el egoísmo, porque el amor iguala, empareja.
Trata de lograr paridad de condiciones para todos. Igualdad en todos los
órdenes de la vida del hombre, empezando por el económico. Allí nacen todas las
esclavitudes y sujeciones injustas, por eso Dios comienza desde allí la
liberación de los oprimidos. Las páginas del Éxodo lo muestran con claridad
cuando exige al Faraón la libertad de su pueblo para “que pueda rendirle
culto”. No quiere el culto de esclavos, no porque los rechace con desprecio por
su humilde condición, sino porque lo irrita la prepotencia de los esclavistas
que así denigran la grandeza y dignidad de sus hijos “creados a su imagen y
semejanza”.
Esta
primera liberación es indispensable e insustituible para que la persona vaya
alcanzando en sucesivas etapas, liberaciones más y más altas hasta alcanzar la
plenitud de su grandeza personal. Pablo VI lo expresa en términos de desarrollo
desde condiciones de vida menos humanas, a condiciones más humanas: “Menos
humanas, dice las carencias materiales de los que están privados del mínimum
vital y las carencias morales de los que están mutilados por el egoísmo. Menos
humanas: de las estructuras opresoras, que provienen del abuso del tener o del
abuso del poder, de la explotación de los trabajadores o de la injusticia en
los negocios. Más humanas: el remontarse de la miseria a la posesión de lo
necesario. Más humanas todavía: el reconocimiento por parte del hombre, de los
valores supremos y de Dios. Más humanas, por fin, y especialmente: la fe, donde
Dios acogido por la buena voluntad del hombre y la unidad en la caridad de
Cristo.
Sólo
el amor, según cristo, destruye el egoísmo y se lanza a la liberación del
hombre. Y en nuestro tiempo y aquí, el opresor se llama CAPITALISMO, condenado
por Pablo VI con estas palabras: “…por desgracia ha sido construido un sistema
que considera el provecho como motor esencial del progreso económico, la
competencia como ley suprema de la economía, la propiedad privada de los medios
de producción como un derecho absoluto, sin límites ni obligaciones sociales
correspondientes… No hay manera de reprobar tal abuso que recordando
solemnemente una vez más que la economía debe estar al servicio del hombre”.
(PP26).
Este
amor es la exigencia, el mandato, el imperio absoluto del Evangelio. Ante la
situación actual, frente al ordenamiento socio económico del sistema
capitalista y la voz del Evangelio y de la Iglesia que en él se inspira, no le
queda al católico más que dos alternativas: o repudiar y luchar contra el
sistema capitalista para no traicionar su fe, o renunciar al nombre cristiano y
seguir adherido al sistema de inequidad condenado sin remisión por los
principios evangélicos.
Sé
que nos fácil para muchos cristianos de buena voluntad y recta buena fe
comprender y aceptar esta alternativa que es hiriente y dolorosa. El miedo al
comunismo por un lado y la falsa opción que el sistema propicia de: o
capitalismo comunismo por otra; sumadas a las aparentes libertades que el
sistema concede a individuos e instituciones lucen que se pierdan de vista
otras posibilidades. Pero el cristiano debe mirar mejor, debe ver la realidad y
confrontarla con su fe, con el Evangelio del Señor que es su guía. Un obstáculo
para dilatar esta mirada es el progreso del capitalismo traído con la
industrialización, que es bien común de la humanidad ese progreso estrepitoso y
fulgurante, no debe hacernos olvidar las leyes internas que lo regulan y que lo
constituyen esencialmente opresor y explotador y por eso intrínsecamente
injusto. Su cono de luz enceguecedora ilumina apenas a un tercio de la
humanidad y sume a los dos tercios – la mayoría absoluta – restante, en el
hambre; el triple hambre de pan, de cultura y de Dios. Esto no sólo es
inhumano, sino que es anticristiano. Perdón, digo mal: es anticristiano porque
es inhumano.
La
oposición del sistema capitalista con el Plan de Dios es irreductible. “Dios
dice el Concilio, ha destinado la tierra y todo lo que en ella se contiene para
uso de todos los hombres y de todos los pueblos, de modo que los bienes creados
deben llegar a todos en forma justa, según la regla de la justicia”. (GS 9)
La
imposibilidad de que el Plan de Dios se cumpla dentro del sistema capitalista
llevó al Papa Juan XXIII a auspiciar la socialización de los bienes de
producción: “Se debe tender a que la empresa se convierta en una comunidad de
personas, en las relaciones, en las funciones, y en la situación de todo el
personal. La socialización no ha de considerarse como producto de fuerzas
naturales que obren fatalmente, sino que es creación de los hombres, seres
conscientes, libres e inclinados por la naturaleza a obrar con responsabilidad,
por lo que creemos que la socialización puede y debe ser realizada de modo que
se obtengan las ventajas que trae consigo y se aparten o frenen los reflejos
negativos. Si la socialización se mueve en el ámbito del orden moral, siguiendo
las líneas indicadas, NO TRAE DE POR SÍ peligros graves de opresión con daño de
los individuos; en cambio contribuye a fomentar en ellos la afirmación y el
desarrollo de las cualidades propias de la persona; además se concreta en una
RECONSTRUCCICÓN ORGÁNICA de la
convivencia, que nuestro predecesor Pío XI, en la Encíclica Quadragésimo Año,
proponía y defendía como condición indispensable para que queden satisfechas
las exigencias de la Justicia Social” (M.M. 10 y 11).
Señores
termino: Los 70 años de la Institución Bancaria cuya celebración nos congrega
en la fe en torno a la Eucaristía, convence del sentido cristiano vigente en
quienes la dirigen. Esta seguridad es más que suficiente para exponer aquí las
exigencias del Evangelio. Con la “santa libertad de los hijos de Dios” y
teniendo en cuenta que “la Palabra de Dios no puede ser encadenada”, sino que
se la debe proclamar “con oportunidad o sin ella” es que hablé de un aspecto –
quizás el más urgente y necesario en este punto de la historia – para la
conciencia y la acción temporal del laico. Se juega de un modo decisivo en él,
la fidelidad del cristiano al Evangelio, su compromiso bautismal y el de toda
la Iglesia urgida por el Concilio a “escrutar los signos de los tiempos a fin
de resolverlos, para bien de la humanidad, según las enseñanzas del Señor”.
“Una
renovada toma de conciencia de las exigencias del mensaje evangélico obliga a
la Iglesia a ponerse al servicio de los hombres, para ayudarlos a captar todas
las dimensiones de este grave problema y convencerlos DE LA URGENCIA de una
acción solidaria en este CAMBIO DECISIVO de la historia de la humanidad”. (PP
1). Porque en este CAMBIO “no se trata sólo de vencer el hambre, ni siquiera de
hacer retroceder la pobreza. El combate contra la miseria, urgente y necesario,
es insuficiente. Se trata de CONSTRUIR UN MUNDO donde todo hombre, sin
excepción de la raza, religión y nacionalidad, pueda vivir una vida plenamente
humana, EMANCIPADO DE LAS SERVIDUMBRES que le vienen de parte de los hombres;
un mundo donde LA LIBERTAD NO SEA UNA PALABRA VANA”. (PP 47).
¿Qué
hacer? ¿Cómo hacerlo? Es el interrogante angustioso de toda conciencia cristiana
que quiere ser fiel. Pablo VI da normas generales que cada uno y cada sector
deberá concretar. “Entiéndasenos, dice el Papa, la situación presente tiene que
afrontarse VALEROSAMENTE y combatirse y vencerse las injusticias que trae
consigo. El desarrollo exige TRANSFORMACIONES AUDACES, PROFUNDAMENTE
INNOVADORAS. Hay que emprender, sin más,
REFORMAS URGENTES. Cada uno debe aceptar generosamente su papel, sobre todo los
que, por su educación, su situación y su poder tienen grandes posibilidades de
acción. Que, dando ejemplo, empiecen por sus propios haberes, como ya lo han
hecho muchos hermanos nuestros en el Episcopado”. (PP 32).
Pentecostés
marca la venida del Espíritu Santo, enviado por el Hijo desde el Padre para
que, en nuestras conciencias, dé testimonio del Señor (su Evangelio, su Vida) a
fin de que nosotros demos testimonio de Él al mundo (Jn 15, 26-27). Señores ha
llegado la hora de darlo.
Corrientes,
7 de junio de 1968.”
Como
habrán podido ver, es un texto lleno de definiciones, fruto de un hombre que
conocía en profundidad el Magisterio de su época. Los mensajes de Juan XXIII
sobre la socialización de los medios de producción, la profunda crítica al
capitalismo de la Encíclica Populorum Progressio de Pablo VI, que tan hondo
caló en esta América Latina conflictuada por la situación en que se vivía en la
posguerra siendo campo de batalla entre el Stalinismo soviético y el
capitalismo estadounidense que la consideraba su patio de atrás.
Comencé
diciendo que podíamos considerar esta homilía en la provincia argentina de
Corrientes en 1968 en similitud de situación que la conocida de Fray Antonio de
Montesinos en 1511, menos de 20 años del “descubrimiento”, estando presente en
esa celebración el hijo de Colón en su carácter de máximo representante de la Corona
en la isla La Española, entre otros grandes dignatarios y como ya dijimos quien
fuera un encomendero de indios y luego conocido como Fray Bartolomé. Montesinos
y su comunidad, porque he ahí lo interesante de la historia, esta reflexión fue
comunitaria de los dominicos de la isla que veían la injusticia que se producía
con los originarios propietarios de esas tierras. Hay un interesante análisis
del texto realizado por Pedro Trigo SJ
.
Los puntos centrales del mensaje son: los indígenas son seres humanos. Son
hijos de Dios. Son dueños en pacífica posesión de sus tierras. No se los puede
esclavizar ni servirse de ellos en contra de su voluntad, ni, por supuesto,
maltratarlos o matarlos.
Hoy
escuchamos estas palabras y parece que la podríamos aplicar a nuestras
comunidades Wichis o Qom en Argentina, o a las distintas naciones que son parte
de la Amazonia, cuyas tierras son arrasadas por incendios intencionales para
expandir la industria sojera o asesinados para que no reclamen sus tierras
ancestrales como sucede con los mapuches-araucanos en la Patagonia argentina o
chilena.
La vigencia
del reclamo de Montesinos se reitera en la llamada de atención de Marturet. La
denuncia profética del capitalismo como fuente de opresión, de la falsa disyuntiva
entre capitalismo y comunismo – que paradójicamente ha renacido 50 años después
–, la exigencia de la opción evangélica por los que sufren y tantas otras cosas
que dijo en cara de los banqueros ese día, nos muestra que no sólo poco a
cambiado el mundo (o nuestro mundo) sino que se han profundizado las
desigualdades alertadas por él.
Nos recuerda
el padre Mugica:
“En abril de 1969, los obispos hacen un diagnóstico de la
realidad que actualmente tiene vigencia: comprobamos que a través de un largo
proceso histórico que aún tiene vigencia se ha llegado en nuestro país a una
estructura injusta. Es decir, no es un cambio de hombres o de gobierno, sino
que es un cambio de estructuras, de sistema. La liberación debería realizarse
en todos los sectores donde hay opresión. En el orden jurídico, en el político,
en el cultural, en el económico y en el social”.
Sigue
siendo la gran llamada al cristiano el ser fermento de un mundo nuevo, el cual
no puede nacer de lo que en los 60 y 70 del siglo pasado se llamó simplemente
capitalismo y que ya fuera denunciado por Montesinos en el siglo XVI y hoy
conocemos con el simpático nombre de globalización que nos hace creer que todos
somos iguales cuando no lo somos. Ni todas las naciones son iguales, ni todos
los que formamos esas naciones lo somos. Los difusores de la esta nueva
realidad nos hacen pensar que el internet nos igualó, cuando existen
poblaciones completas del interior del país que apenas pueden acceder a ella.
La
globalización real es otra cosa, es la globalización, prácticamente sin
oposición del sistema capitalista en el mundo. Dice Slavov Zizek, citando a Fredric
Jameson que “es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”.
Un capitalismo, que junto con el colonialismo moderno son las herramientas de
opresión que mantiene a los pobres sin posibilidad de vivir una vida digna, sin
posibilidad de progreso y sin futuro ni para ellos ni para sus hijos, porque en
el actual sistema mundial, las clases son estratificadas e inmovilizadas.
El
Papa Francisco lo dice con claridad:
“Quisiera advertir que no suele haber
conciencia clara de los problemas que afectan particularmente a los excluidos.
Ellos son la mayor parte del planeta, miles de millones de personas. Hoy están
presentes en los debates políticos y económicos internacionales, pero
frecuentemente parece que sus problemas se plantean como un apéndice, como una
cuestión que se añade casi por obligación o de manera periférica, si es que no
se los considera un mero daño colateral. De hecho, a la hora de la actuación
concreta, quedan frecuentemente en el último lugar. Ello se debe en parte a que
muchos profesionales, formadores de opinión, medios de comunicación y centros
de poder están ubicados lejos de ellos, en áreas urbanas aisladas, sin tomar
contacto directo con sus problemas. Viven y reflexionan desde la comodidad de
un desarrollo y de una calidad de vida que no están al alcance de la mayoría de
la población mundial. Esta falta de contacto físico y de encuentro, a veces
favorecida por la desintegración de nuestras ciudades, ayuda a cauterizar la
conciencia y a ignorar parte de la realidad en análisis sesgados. Esto a veces
convive con un discurso «verde». Pero hoy no podemos dejar de reconocer que un
verdadero planteo ecológico se convierte siempre en un planteo social, que debe
integrar la justicia en las discusiones sobre el ambiente, para escuchar tanto
el clamor de la tierra como el clamor de los pobres”.
Hoy
los clamores que nos hicieron ver Montesinos, Marturet, Mugica, siguen oyéndose
estruendosamente, siguen cuestionándonos, siguen clamándonos y no podemos
desoír ese llamado. Por estos días vivimos tiempos distintos como humanidad por
una pandemia que sí es global y que como todo daño ataca más fuerte a los
indefensos. Pero no podemos dejar de seguir legados como los que hemos visto en
estas líneas.
Como
decía al principio no conocí a Raúl, aunque hubiera sido un gusto, seguramente,
haber podido compartir unos mates y una buena charla como sí tuve la
oportunidad de hacer con su hermano Mario Marturet y creo que habría aprendido
tanto como lo hice. Por ello he querido hacer memoria de estas palabras.
Prof. Jorge Gerbaldo
07/06/2020