En
las últimas semanas, dos sucesos vinculados a la historia argentina reciente,
han conmovido a distintos sectores de la Iglesia, por distintos motivos.
La relación de algunos sectores
del episcopado nacional con la última dictadura (1976-1983) ha sido largamente
estudiada y discutida. En esa discusión aparecían posiciones encontradas entre
los que sostienen, con conocimiento de causa, que un sector de la Iglesia
participó activamente en el plan sistemático de desaparición forzada de
personas desarrollado por aquellos años, y otro sector que responde que quienes
cuestionan la actuación de la cúpula eclesial, en definitiva son los mismos que
por desvaríos teológicos y pastorales llevaron a toda una generación de jóvenes
a la violencia y al socialismo apátrida.
Los hechos conocidos en estos
días fueron:
a- La
aparición del texto original de la carta que el Obispo Angelelli le enviara a
Mns. Zaspe, en donde cuenta la reunión mantenida con el Gral. Menéndez[1].
b- La
declaración en los juicios llevados a cabo en Córdoba por el campo de
concentración de La Perla, de los miembros de la comunidad de La Salette que
sobrevivieron al cautiverio[2].
Ambos sucesos se encuentran
emparentados entre sí, ya que ambos sucedieron en la misma jurisdicción
militar, la del Gral. Menéndez, quien hacía gala de su carácter de buen
cristiano y relación personal profunda con el entonces arzobispo, Cardenal
Primatesta.
Las declaraciones de los entonces
seminaristas de La Salette que por aquella época estudiaban en Córdoba relatan
por sí solas las peripecias y humillaciones que debieron vivir, aunque tuvieron
la suerte de salir de lo que fue uno de los máximos centro de exterminio de la
dictadura con vida.
Lo novedoso es la carta de
Angelelli, ya que expone la nombrada reunión, que había sido negada
terminantemente por el General y motivado el silencio de hermanos en el
episcopado que decían no conocer nada.
En una entrevista en el programa
“Ida y vuelta nacional” de Radio Nacional de Córdoba, la sobrina del Obispo
asesinado y promotora histórica de una causa judicial que era sistemáticamente
bombardeada por el episcopado, María Elena Coseano, cuenta que después de la
reunión pasa a visitarlo y le pregunta ¿Cómo te fue? a lo que Angelelli le
responde: “bien, pero me parece que me tengo que cuidar”. Sin dudas sería así
ya que cinco meses después sería asesinado en una ruta riojana.
Dicen quienes escucharon las
declaraciones de los detenidos en la comunidad de La Salatte que la deducción
de sus dichos es que sin apoyo de la jerarquía eclesial, el golpe de Estado y
la permanencia de la dictadura no hubiera sido posible. No sé si eso será tan
exacto, pero sin dudas los militares tuvieron en un sector de la Iglesia un
aliado privilegiado. Esto sobre todo, porque compartían un mismo enemigo:
aquellos cristianos que habían descubierto la profundidad del Evangelio y el
sentido profundo del mensaje liberador de Cristo. Estos enemigos eran los
estudiantes de clase media que vieron en la política un mensaje de amor y por ello
se sumaron masivamente a la Juventud Peronista; los que a partir de la
experiencia de tantos curas obreros, militaban en los gremios combativos; los
que lucharon por la dignidad de un campesinado proletarizado a través de las
Ligas Agrarias y tantas otras experiencias de liberación.
Pero el episcopado sigue callado.
Sus líderes no han sabido enfrentar la situación con la dureza que deberían
haberlo hecho. Al igual que lo sucedido con los sacerdotes pederastas, no hay
definiciones contundentes y sin posibilidad de dobles interpretaciones.
En la Argentina, cada sector
debió asumir sus responsabilidades por la masacre que llevaron adelante los
esbirros de la dictadura. El ejército lo hizo en la persona del Gral. Balza,
allá por 1995. La Iglesia realizó un lavado examen de conciencia en las
celebraciones del Año Santo del 2000, aquí en Córdoba y tuvo que reiterarla en
un comunicado en 2012[3],
luego de que el dictador Jorge Videla dijera en una nota a una revista española
que había consultado con la jerarquía los planes a seguir desde el gobierno
para el llamado “combate a la subversión”.
El
gran gesto de memorial, lo tuvo por parte del Estado, el Presidente Néstor
Kirchner, cuando el 24 de marzo de 2004 ordenó descolgar de la galería de fotos
del Colegio Militar de la Nación las imágenes de Videla y Bignone[4],
dos de los dictadores que se desempeñaron como presidentes en esos años.
El episcopado Argentino se
encuentra en deuda, no sólo con la sociedad en su conjunto, sino con la misma
Iglesia, como pueblo de Dios que camina estos rumbos en esta época y esa mora
debería ser saldada. Lo simbólico del gesto de Kirchner debería servir de
iluminación. Las fotos, en cuanto puesta en presencia de personas
significativas para cada uno, es memorial y actualización de lo que significa
su testimonio (martyria) para quienes seguimos aquí.
Por eso sería magnífica idea que
a diferencia de las fotos de los dictadores que fueron quitadas, las fotos de
los ejemplos de pleno compromiso cristiano fueran elevadas. Que pudiéramos ver
presidiendo la sala de reunión de nuestra conferencia episcopal las fotos de
los Obispos Angelelli, Ponce de León y Devoto. Que las iglesias catedrales
tengan como figura insigne en sus puertas las fotos de los mártires Palotinos,
de los curas y laicos riojanos asesinados por su acción pastoral y de Carlos
Mujica (tan recordado en estos días) que fue muerto por ser un cura que quiso
una Iglesia pobre para los pobres.
Si de algo podemos estar
orgulloso los cristianos es de la esperanza. Es ella la que nos ilumina y nos
permite seguir soñando la utopía de una Iglesia que no olvide sino que haciendo
pie en sus mártires, como lo hizo la Iglesia romana del siglo III, surja en
testimonio y comprensión.
Jorge Gerbaldo
15/3/2014