El tema de la deuda externa no es sólo un tema económico, histórico, político o estadístico descarnado. Es un tema que tiene que ver con la vida y la dignidad de las personas. El peso de la deuda externa y sus “servicios” tiene un costo humano, social y ecológico inadmisible. El sistema de la deuda priva a gran parte de nuestro pueblo no sólo de una vida digna sino de aún lo mínimo indispensable para la subsistencia. Desalienta cualquier esperanza de un desarrollo sustentable y la degradación del nivel de vida ha llegado a ser la norma.
En el análisis del sistema de la deuda desde una perspectiva ética habría que comenzar apuntando que todo el endeudamiento de las últimas décadas comenzó con una gran mentira, la mentira de que era necesario que los países del Sur se endeudaran para lograr su desarrollo. Pero la verdad es que el endeudamiento de América Latina, Asia y África no fue un fenómeno que respondiera a los intereses y necesidades de desarrollo de nuestros pueblos, sino que respondía a los intereses y necesidades del capital especulativo en manos de la banca internacional y de las grandes potencias.
Aquellos que hablamos de la deuda como de un “sistema” lo hacemos porque estamos convencidos de que no se trata de un accidente, de un fracaso de nuestro pueblo por no saber hacer las cosas, o de la voluntad de Dios. Tenemos razones suficientes para afirmar que la deuda demuestra ser un mecanismo expresamente diseñado para lograr niveles cada vez mayores de concentración de riqueza en el hemisferio norte, sobre la base de la desigualdad, el empobrecimiento y el control de los recursos naturales de los países del sur.
Fueron muchos los gobiernos en América Latina que respondieron al sistema y a la lógica mentirosa del endeudamiento aceptando ser cómplices en la imposición del modelo económico que nos sumergió en la pobreza. La mayoría de ellos fueron gobiernos de facto surgidos de golpes militares durante el década de los ’70, todos ellos culpables de graves violaciones a los derechos humanos. También son responsables los que posteriormente fueron continuadores de estas políticas como ocurrió en nuestro país luego del advenimiento de la democracia, especialmente durante la década de los ‘90. La mayor parte de la deuda, de entonces y ahora, está ligada a la usura y a hechos de corrupción y actos delictivos en los que ha habido complicidad entre funcionarios corruptos del hemisferio Sur y los corruptores del hemisferio Norte.
Como resultado de este sistema, que hasta hoy nos sigue dominando, en toda América Latina se vive una situación semejante: desocupación, pobreza, indigencia, exclusión, vaciamiento de la salud pública, la seguridad social y el sistema educativo. La deuda, los artífices del sistema y sus cómplices vernáculos son los principales culpables de que haya niños desnutridos, muchos de ellos muertos antes de los cinco años, ancianos abandonados a su suerte y jóvenes despojados de toda esperanza de futuro. La deuda y el modelo del cual es herramienta son responsables de depredación de la creación, marginalización, violencia y muerte.
El costo humano, social y ecológico del sistema de la deuda constituye y debe ser denunciado como la primera y más fuerte razón de su ilegitimidad. El sistema perverso de la deuda priva a nuestros pueblos de los medios elementales para su subsistencia. Con el peso de la deuda sobre nuestras espaldas no hay posibilidad alguna de que cambie la situación de las grandes mayorías marginadas y excluidas en nuestro país y nuestro continente.
El no expresarnos con vehemencia y tomar acciones concretas para luchar contra este verdadero crimen de lesa humanidad sería cerrar nuestros corazones, ojos y oídos ante el dolor y clamor de los más débiles y vulnerables, de aquellos que han quedado excluidos del sistema y que son los que hoy más sufren las consecuencias del endeudamiento ilegítimo. No podemos quedar indiferentes mientras tantos de nuestros hermanos y hermanas viven en una situación de pobreza humillante, víctimas de un modelo económico despiadadazo y excluyente del cual la deuda es la herramienta más eficaz. Ignorarlos sería ignorar a aquellos que son los destinatarios del Evangelio. Ignorar el mandato y la posibilidad de construir un mundo distinto sería negar el mensaje liberador del Evangelio ya que como dice la teóloga latinoamericana Elsa Tamez, “el Evangelio es una fuerza en la cual se manifiesta la justicia de Dios, por eso es evangelio, es decir, buena nueva para quienes tienen sed de esa justicia en un mundo plagado de injusticias.”
Nuestra vocación cristiana nos urge a encarar el tema de la deuda con decisión y firmeza. Es un deber ético inexcusable unirnos y comprometernos en la tarea de hacerlo visible y participar en la construcción de procesos políticos que impidan que la deuda ilegal e ilegítima sea pagada por el pueblo. Es asimismo un deber ético unirnos a quienes hoy, desde distintos ámbitos incluyendo el parlamentario, están tratando de impulsar una auditoría de la deuda. Es nuestro deber y también nuestro derecho como ciudadanos, reclamar a las autoridades la decisión política de enfrentar el tema de la deuda sobre la base de la verdad y la justicia y dejar, de una vez por todas, de pagar con el hambre del pueblo.
- Pastor Ángel F. Burlan es Co-coordinador del Programa de Incidencia sobre la Deuda Externa Ilegítima de la Federación Luterana Mundial.
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