JORGE
A. GERBALDO
Mis dos anteriores entradas,
(una presentada días después del anuncio de dimisión de Benedicto XVI y la otra
publicada por casualidad el mismo día de la elección de Francisco) desarrollaban
como principales tesis, las siguientes:
*
Que
la dimisión de Ratzinger tenía como objetivo el garantizar la continuidad, a
partir de la manipulación del cónclave.
*
Que
los cardenales, todos designados por Juan Pablo o por Benedicto, eran incapaces
de ver las necesidades de la Iglesia en este momento histórico.
*
Que
se buscaba acentuar el centralismo vaticano, fortaleciendo su burocracia y
atacando la autonomía en fraternidad que deben tener los obispos de todo el
mundo.
Pero parece que me
equivoqué. O por lo menos las expectativas generadas por Francisco son tan
fuertes que han generado un shock de esperanza a aquellos que veían un declinar
imparable de la Iglesia, tal vez en uno de sus peores momentos históricos.
Benedicto, por lo menos lo
que se ha visto, parece haber dado realmente un paso al costado con su
renuncia, sin intervenir en la nueva elección.
Los cardenales parecen haber
comprendido lo paradigmático de esta época para la Iglesia. Muchas
cosas se dicen acerca de lo sucedido en las asambleas previas al cónclave, pero
el contenido del discurso del entonces cardenal Bergoglio, hace pensar que solo
una voluntad de cambio hizo que lo eligieran, ya que no cabía duda de lo que
pensaba.
Ahora lo paradojal de la
elección de Francisco: aquellos mismos que fueron “hijos” de un modo de ser
Iglesia, llevado adelante por más de 30 años y por dos pontífices que volvieron
a la más eurocéntrica y monolítica doctrina eclesial, fueron los mismos que
trajeron a Roma un Papa (un Obispo de Roma, parece que le gusta decir a él),
que antes de dar la bendición, la pide; antes de hablar de la necesidad de que
Europa comprenda que sus raíces cristianas, quiere una Iglesia que no se olvide
de los pobres; que sufre por los "descartables", como gustaba llamar en su Buenos
Aires a aquellos que acompañaba en los barrios marginales.
Esta paradoja, tiene un
mensaje implícito: aquellos cardenales que decidieron quién sería el sucesor de
Benedicto, eran conscientes de la necesidad de un cambio. No admito que estos
hombres, todos formados y de visita periódica al Vaticano, hayan callado sus
expectativas en los ambientes en los que se relacionaban.
Esto genera otro
interrogante: ¿aquellos que forman parte de la estructura de decisión en Roma,
no escuchan el pedido de sus hermanos?
La elección de Francisco,
nos susurra antes que nada una queja. Un proponer que se necesita ser
escuchado. No hubiese sido tan fuerte el grito simbólico de la elección de un
Papa “periférico” si no fuese que querían comunicar algo que se les clavaba
como espina en su corazón.
Y parece que Francisco
comenzó abriendo puertas a esas expectativas. No voy a repetir toda la carga
simbólica que tiene cada decisión que ha ido tomando; de ello se han hecho eco
los medios de comunicación. Cada aparición pública, cada homilía, cada mensaje
tiene una novedad.
En Argentina, se formularon
muchas dudas respecto a Bergoglio-Francisco, a partir de sucesos anteriores a
su función como Arzobispo de Buenos Aires. Enfrentamientos políticos,
posicionamientos y actitudes en la época más oscura de nuestra historia,
reaparecieron en estos días.
No nos cabe dudas de que no
representa a la más comprometida tradición que nos legaron algunos Obispos,
pero tampoco dudo que como Obispo Latinoamericano, esta imbuido en el espíritu
de los grandes mensajes continentales, sobre todo el de Puebla, y es fiel al
mandato de la “opción preferencial por los pobres”. Por ello sus gestos son
austeros, por eso sorprenden sus continuas visitas a las barriadas populares
porteñas. Porque la “opción”, no es sólo teológica, sino que es opción de vida.
Conocer al hermano que sufre para descubrir el verdadero mensaje de los “signos
de los tiempos”.
Nos parece que el Espíritu
realmente actuó en los cardenales para su elección. Creemos que el Espíritu
siempre actúa, pero no siempre lo dejamos ser alma de nuestros actos. Esta vez,
tenemos la esperanza de que se llene la Iglesia de los valores evangélicos que
debemos recuperar.
Volver a la eclesiología del
amor, donde el hombre sea razón de todo nuestro actuar, ya que como decía K.
Barth, desde que Dios se hizo hombre, el hombre es el centro de nuestro hacer.
Y parece que Francisco ha traído al humanismo al centro de la escena eclesial.
He esperado dos meses desde
su elección para regresar aquí y pedir perdón por el escepticismo mezquino que
no permitió ver que la mano de Dios está siempre presente. Los sucesos de estos
dos meses abren la puerta para la esperanza. Ahora esperamos que quienes deciden
los caminos de la Iglesia, dejen de pensar a partir de una teología del poder y
vuelvan a la teología de los signos de los tiempos, para ver al hermano que
sufre y a aquel que desde el bienestar no comprenda el valor de la
fraternidad.
Por ello: PERDÓN, PARECE QUE
ME EQUIVOQUÉ…
Córdoba, 15 de
Mayo de 2013
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