En estos días, un amigo, profesor universitario, me comparte el enlace de una nota del diario La Nación, en la que Alfredo Guadagni realiza un análisis acerca del alto nivel de deserción que tiene nuestro sistema universitario.
Luego de analizarlo, hago un pequeño análisis de una parte del problema que me resulta altamente cuestionable.
Decido ahora publicar esa, mi respuesta, para que aquellos que quieran, puedan refutar mis dichos o agregar nuevas visiones a mi ya definida parcial visión de la situación.
La nota referida es la siguiente: http://www.lanacion.com.ar/1620161-no-estamos-ayudando-a-nuestros-estudiantes
Mi pensamiento, que no he querido ni modificar, ampliar o mejorar en su redacción es el que sigue:
Difícil es pensar una
mejora del nivel universitario y terciario. El artículo de Guadagni es sumamente
interesante. El dato de la cantidad de egresados del sistema universitario con
respecto a los inscriptos es pavoroso.
Creo que debe partirse
de un análisis general, que dice que la universidad está aislada del sistema
educativo general. Es por ello que, por ejemplo, se fracasa masivamente en los
exámenes de ingreso de las facultades que los toman (ejemplo: medicina en la
UNC). La universidad para ingresar exige contenidos que no fueron dados en el
nivel medio. Existe una partición en estratos entre el sistema general de
educación (inicial, primario y secundario) y el sistema universitario.
La educación en
Argentina está en una crisis profunda en todos sus niveles. En Córdoba, si se
intenta que los niños de nivel primario adquieran los conocimientos mínimos de
su etapa, la escuela pública no es una alternativa. Hace unos días, veíamos con
Laura Castillo un trabajo de investigación, cuya conclusión es que al finalizar
el primario los niños no alcanzan objetivos mínimos de lecto-escritura. Esta es
una realidad de la escuela pública, en la escuela privada la realidad es otra.
Pero esta diferencia genera desigualdades sociales tan profundas que son
difíciles de eliminar.
El caso de la
universidad en Argentina es paradójico. Nuestro sistema tiene el valor inclusivo
de la gratuidad, lo cual en el contexto mundial es casi único. Pero por otro
lado el contexto económico social, hace que los sectores menos pudientes (y por
ello mismo más necesitados de progreso educativo como modo de elevación social)
no tengan acceso a los estudios superiores. En realidad no tienen acceso ni
siquiera a los estudios básicos, aunque en los últimos años con la asignación
universal por hijo y su obligatoriedad de asistencia escolar los números han
modificado en algo. Pero la gratuidad es un valor que tendríamos que saber
desarrollar. En Argentina no existe la limitación de matrícula por cuestión de
imposibilidad de pago de una cuota, como sucede en Chile, en donde aún la
universidad pública es paga. Aunque también está menos desarrollado el sistema
de becas que harían que alumnos que necesitan trabajar (y quitar tiempo al
estudio) puedan acceder a estímulos por capacidad que les permitan dedicarse a
tiempo completo a las actividades académicas y a la vida
universitaria.
Creo, que lo que
plantea Guadagni acerca de los exámenes preuniversitarios es válido. Muchos
países lo tienen. Pero al igual que los exámenes de ingreso por facultad, con
cupos, tienen el problema de intentar nivelar - evaluar capacidades que tal vez
no fueron desarrolladas durante el nivel educativo anterior. Qué sentido tendría hoy en
Argentina evaluar al final del secundario, con exigencia de cierto nivel para
ingresar a la universidad, si todo el secundario está en un gran fracaso. El
alto grado de fracaso de los estudiantes universitarios, tiene que ver con
niveles muy bajos en las etapas previas del sistema educativo. Es más, creo que
tiene que ver con que la universidad se encuentra aislada (prácticamente sin
formar parte) del sistema educativo.
Creo que la única
solución será una reforma seria e integral, que sea más exigente y no menos.
Hacer que los niños de primer grado no puedan repetir, o que los alumnos de
secundario puedan promocionar el curso con tres materias previas, lo único que
hace es seguir trasladando los problemas de adquisición de contenidos a los
niveles superiores. Luego te encontras con alumnos terciarios o universitarios
que no saben leer (y por lo tanto mucho menos interpretar lo leído). Y van a un
examen de admisión y apenas alcanzan niveles que objetivamente servirían para
promocionar etapas muy anteriores del sistema.
Argentina debe lograr
aprovechar lo valioso de un sistema universitario igualitario en lo económico,
que no posee aranceles excluyentes. Debe también aprovechar el nivel académico
que posee, que si bien no alcanza altos rendimientos en pruebas comparativas
internacionales, es muy superior a lo que podría esperarse del contexto
sistémico. Y para lograr esto, debe profundizar las exigencias y reformas en los
niveles inferiores del sistema educativo, integrando el universitario para
conformar un todo que pueda ser analizado en un mismo
contexto.
A partir de ello,
experiencias como las pruebas integradoras y excluyentes al ingreso
universitario servirán como modo de seleccionar y momento para cuestionar las
necesidades y vocaciones de cada uno de los jóvenes que buscan ingresar a la
vida universitaria.
Porque ese es otro
tema. A mediados de los años 80, se veía como un mandato social la necesidad de
asistir a la universidad, por más que lo que tu vocación pidiera fuera otra
cosa. Es así que se asistía a la universidad o debías estudiar algo, más allá de
que fuera lo que estabas precisando o coincidiera con tus gustos. Eso también
ayudó a la deserción masiva universitaria. Luego, en los 90, la universidad no
servía de nada, ya que no había ni empresas ni proyectos capaces de admitir a
los egresados. En esta época, asusta la cantidad de jóvenes, que teniendo la
posibilidad y la capacidad, no realizan estudios universitarios, sin darse
cuenta que en esta sociedad del siglo XXI, la tecnificación requiere esfuerzos
de conocimientos y principios científicos que la sola televisión o la sola
Internet son incapaces de entregar.
Jorge A. Gerbaldo
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