miércoles, 18 de septiembre de 2013

La realidad universitaria argentina... a pedido

En estos días, un amigo, profesor universitario, me comparte el enlace de una nota del diario La Nación, en la que Alfredo Guadagni realiza un análisis acerca del alto nivel de deserción que tiene nuestro sistema universitario. 
Luego de analizarlo, hago un pequeño análisis de una parte del problema que me resulta altamente cuestionable. 
Decido ahora publicar esa, mi respuesta, para que aquellos que quieran, puedan refutar mis dichos o agregar nuevas visiones a mi ya definida parcial visión de la situación.
Mi pensamiento, que no he querido ni modificar, ampliar o mejorar en su redacción es el que sigue:

Difícil es pensar una mejora del nivel universitario y terciario. El artículo de Guadagni es sumamente interesante. El dato de la cantidad de egresados del sistema universitario con respecto a los inscriptos es pavoroso.
Creo que debe partirse de un análisis general, que dice que la universidad está aislada del sistema educativo general. Es por ello que, por ejemplo, se fracasa masivamente en los exámenes de ingreso de las facultades que los toman (ejemplo: medicina en la UNC). La universidad para ingresar exige contenidos que no fueron dados en el nivel medio. Existe una partición en estratos entre el sistema general de educación (inicial, primario y secundario) y el sistema universitario.
La educación en Argentina está en una crisis profunda en todos sus niveles. En Córdoba, si se intenta que los niños de nivel primario adquieran los conocimientos mínimos de su etapa, la escuela pública no es una alternativa. Hace unos días, veíamos con Laura Castillo un trabajo de investigación, cuya conclusión es que al finalizar el primario los niños no alcanzan objetivos mínimos de lecto-escritura. Esta es una realidad de la escuela pública, en la escuela privada la realidad es otra. Pero esta diferencia genera desigualdades sociales tan profundas que son difíciles de eliminar.
El caso de la universidad en Argentina es paradójico. Nuestro sistema tiene el valor inclusivo de la gratuidad, lo cual en el contexto mundial es casi único. Pero por otro lado el contexto económico social, hace que los sectores menos pudientes (y por ello mismo más necesitados de progreso educativo como modo de elevación social) no tengan acceso a los estudios superiores. En realidad no tienen acceso ni siquiera a los estudios básicos, aunque en los últimos años con la asignación universal por hijo y su obligatoriedad de asistencia escolar los números han modificado en algo. Pero la gratuidad es un valor que tendríamos que saber desarrollar. En Argentina no existe la limitación de matrícula por cuestión de imposibilidad de pago de una cuota, como sucede en Chile, en donde aún la universidad pública es paga. Aunque también está menos desarrollado el sistema de becas que harían que alumnos que necesitan trabajar (y quitar tiempo al estudio) puedan acceder a estímulos por capacidad que les permitan dedicarse a tiempo completo a las actividades académicas y a la vida universitaria.
Creo, que lo que plantea Guadagni acerca de los exámenes preuniversitarios es válido. Muchos países lo tienen. Pero al igual que los exámenes de ingreso por facultad, con cupos, tienen el problema de intentar nivelar - evaluar capacidades que tal vez no fueron desarrolladas durante el nivel educativo anterior. Qué sentido tendría hoy en Argentina evaluar al final del secundario, con exigencia de cierto nivel para ingresar a la universidad, si todo el secundario está en un gran fracaso. El alto grado de fracaso de los estudiantes universitarios, tiene que ver con niveles muy bajos en las etapas previas del sistema educativo. Es más, creo que tiene que ver con que la universidad se encuentra aislada (prácticamente sin formar parte) del sistema educativo. 
Creo que la única solución será una reforma seria e integral, que sea más exigente y no menos. Hacer que los niños de primer grado no puedan repetir, o que los alumnos de secundario puedan promocionar el curso con tres materias previas, lo único que hace es seguir trasladando los problemas de adquisición de contenidos a los niveles superiores. Luego te encontras con alumnos terciarios o universitarios que no saben leer (y por lo tanto mucho menos interpretar lo leído). Y van a un examen de admisión y apenas alcanzan niveles que objetivamente servirían para promocionar etapas muy anteriores del sistema.
Argentina debe lograr aprovechar lo valioso de un sistema universitario igualitario en lo económico, que no posee aranceles excluyentes. Debe también aprovechar el nivel académico que posee, que si bien no alcanza altos rendimientos en pruebas comparativas internacionales, es muy superior a lo que podría esperarse del contexto sistémico. Y para lograr esto, debe profundizar las exigencias y reformas en los niveles inferiores del sistema educativo, integrando el universitario para conformar un todo que pueda ser analizado en un mismo contexto.
A partir de ello, experiencias como las pruebas integradoras y excluyentes al ingreso universitario servirán como modo de seleccionar y momento para cuestionar las necesidades y vocaciones de cada uno de los jóvenes que buscan ingresar a la vida universitaria.
Porque ese es otro tema. A mediados de los años 80, se veía como un mandato social la necesidad de asistir a la universidad, por más que lo que tu vocación pidiera fuera otra cosa. Es así que se asistía a la universidad o debías estudiar algo, más allá de que fuera lo que estabas precisando o coincidiera con tus gustos. Eso también ayudó a la deserción masiva universitaria. Luego, en los 90, la universidad no servía de nada, ya que no había ni empresas ni proyectos capaces de admitir a los egresados. En esta época, asusta la cantidad de jóvenes, que teniendo la posibilidad y la capacidad, no realizan estudios universitarios, sin darse cuenta que en esta sociedad del siglo XXI, la tecnificación requiere esfuerzos de conocimientos y principios científicos que la sola televisión o la sola Internet son incapaces de entregar. 

Jorge A. Gerbaldo