miércoles, 15 de mayo de 2013

PERDÓN, PARECE QUE ME EQUIVOQUÉ…


JORGE A. GERBALDO

Mis dos anteriores entradas, (una presentada días después del anuncio de dimisión de Benedicto XVI y la otra publicada por casualidad el mismo día de la elección de Francisco) desarrollaban como principales tesis, las siguientes:
*         Que la dimisión de Ratzinger tenía como objetivo el garantizar la continuidad, a partir de la manipulación del cónclave.
*         Que los cardenales, todos designados por Juan Pablo o por Benedicto, eran incapaces de ver las necesidades de la Iglesia en este momento histórico.
*         Que se buscaba acentuar el centralismo vaticano, fortaleciendo su burocracia y atacando la autonomía en fraternidad que deben tener los obispos de todo el mundo.

Pero parece que me equivoqué. O por lo menos las expectativas generadas por Francisco son tan fuertes que han generado un shock de esperanza a aquellos que veían un declinar imparable de la Iglesia, tal vez en uno de sus peores momentos históricos.
Benedicto, por lo menos lo que se ha visto, parece haber dado realmente un paso al costado con su renuncia, sin intervenir en la nueva elección.
Los cardenales parecen haber comprendido lo paradigmático de esta época para la Iglesia. Muchas cosas se dicen acerca de lo sucedido en las asambleas previas al cónclave, pero el contenido del discurso del entonces cardenal Bergoglio, hace pensar que solo una voluntad de cambio hizo que lo eligieran, ya que no cabía duda de lo que pensaba.
Ahora lo paradojal de la elección de Francisco: aquellos mismos que fueron “hijos” de un modo de ser Iglesia, llevado adelante por más de 30 años y por dos pontífices que volvieron a la más eurocéntrica y monolítica doctrina eclesial, fueron los mismos que trajeron a Roma un Papa (un Obispo de Roma, parece que le gusta decir a él), que antes de dar la bendición, la pide; antes de hablar de la necesidad de que Europa comprenda que sus raíces cristianas, quiere una Iglesia que no se olvide de los pobres; que sufre por los "descartables", como gustaba llamar en su Buenos Aires a aquellos que acompañaba en los barrios marginales.
Esta paradoja, tiene un mensaje implícito: aquellos cardenales que decidieron quién sería el sucesor de Benedicto, eran conscientes de la necesidad de un cambio. No admito que estos hombres, todos formados y de visita periódica al Vaticano, hayan callado sus expectativas en los ambientes en los que se relacionaban.
Esto genera otro interrogante: ¿aquellos que forman parte de la estructura de decisión en Roma, no escuchan el pedido de sus hermanos?
La elección de Francisco, nos susurra antes que nada una queja. Un proponer que se necesita ser escuchado. No hubiese sido tan fuerte el grito simbólico de la elección de un Papa “periférico” si no fuese que querían comunicar algo que se les clavaba como espina en su corazón.
Y parece que Francisco comenzó abriendo puertas a esas expectativas. No voy a repetir toda la carga simbólica que tiene cada decisión que ha ido tomando; de ello se han hecho eco los medios de comunicación. Cada aparición pública, cada homilía, cada mensaje tiene una novedad.
En Argentina, se formularon muchas dudas respecto a Bergoglio-Francisco, a partir de sucesos anteriores a su función como Arzobispo de Buenos Aires. Enfrentamientos políticos, posicionamientos y actitudes en la época más oscura de nuestra historia, reaparecieron en estos días.
No nos cabe dudas de que no representa a la más comprometida tradición que nos legaron algunos Obispos, pero tampoco dudo que como Obispo Latinoamericano, esta imbuido en el espíritu de los grandes mensajes continentales, sobre todo el de Puebla, y es fiel al mandato de la “opción preferencial por los pobres”. Por ello sus gestos son austeros, por eso sorprenden sus continuas visitas a las barriadas populares porteñas. Porque la “opción”, no es sólo teológica, sino que es opción de vida. Conocer al hermano que sufre para descubrir el verdadero mensaje de los “signos de los tiempos”.
Nos parece que el Espíritu realmente actuó en los cardenales para su elección. Creemos que el Espíritu siempre actúa, pero no siempre lo dejamos ser alma de nuestros actos. Esta vez, tenemos la esperanza de que se llene la Iglesia de los valores evangélicos que debemos recuperar.
Volver a la eclesiología del amor, donde el hombre sea razón de todo nuestro actuar, ya que como decía K. Barth, desde que Dios se hizo hombre, el hombre es el centro de nuestro hacer. Y parece que Francisco ha traído al humanismo al centro de la escena eclesial.
He esperado dos meses desde su elección para regresar aquí y pedir perdón por el escepticismo mezquino que no permitió ver que la mano de Dios está siempre presente. Los sucesos de estos dos meses abren la puerta para la esperanza. Ahora esperamos que quienes deciden los caminos de la Iglesia, dejen de pensar a partir de una teología del poder y vuelvan a la teología de los signos de los tiempos, para ver al hermano que sufre y a aquel que desde el bienestar no comprenda el valor de la fraternidad.
Por ello: PERDÓN, PARECE QUE ME EQUIVOQUÉ…

Córdoba, 15 de Mayo de 2013

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