sábado, 24 de septiembre de 2016

¿Quién canoniza a quién?

Según disposición del Vaticano, el próximo 16 de octubre será canonizado el padre Gabriel Brochero, conocido popularmente como el Cura Brochero, famoso sacerdote que desarrolló su tarea pastoral en las serranías cordobesas.
Son días de mucho júbilo para aquellos que hemos conocido el trabajo del Cura, que no fue sólo religioso, sino que inundó todos los espacios de la vida de una comunidad que estaba aislada en virtud de su ubicación geográfica a principios del siglo XX. Es por ello que nos alegra, pero también nos cuestiona.
Hace unos días, escuché decir a alguien “¿Quién canoniza a quién? Y esa pregunta me siguió golpeando hasta que me decidí a tratar de organizar mis pensamientos buscando el sentido de la pregunta (por lo menos el sentido en que la tomo, no ya el de quien la pronunció, dado que no puedo conocerlo, aunque lo presumo).
Siempre he pensado que más allá de las normas que rigen a la Iglesia Católica en el proceso de canonización (Constitución Apostólica Divinus perfectionis Magister, de 25 de enero de 1983), son miles y miles los humildes santos que la institución desconoce. Y no hablo solamente de la viejita piadosa que entrega su vida en buscar y arreglar alguna ropa en el ropero parroquial para abrigar a los que no tienen con qué hacerlo. Pienso también en aquellos que habiendo vivido una vida plena de compromiso y entrega, la institución ha optado desconocer por no coincidir con sus opciones políticas en cada momento histórico.
Puede tenerse dudas de la santidad de Mns. Oscar Romero, que fue asesinado celebrando la misa? Existe martirio más claro que ese? Creo que no, pero durante muchos años su testimonio (martyrium) fue molesto para una dirección eclesial comprometida con el polo conservador mundial que encabezada Reagan y que complementaba Juan Pablo II.
Y aquí tenemos otro caso. Juan Pablo II fue canonizado conjuntamente con Juan XXIII. El Papa bueno, el que abrió las ventanas de la Iglesia para que entrase el aire fresco de la renovación, sin miedo de que alguno pudiera resfriarse quedó unido a aquel que durante 25 años sirvió de tapón para “echar atrás” toda posibilidad de cambio.
Pero volviendo a Brochero, vemos cómo los poderes políticos argentinos intentan tomar tajada de una celebración que debería ser básicamente popular porque él lo era. Brochero trabajaba para su pueblo y su pueblo es el que lo recuerda vivamente, sin especulaciones. Y hoy, contemplamos las delegaciones gubernamentales que participarán en Roma de la celebración de su canonización y no se puede dejar de pensar si no serían enfrentados por la voz de aquel que no se callaba las verdades que hacían sufrir a su gente. Pero bueno, la realidad actual es así. Nada les importa ni a los gobernantes ni a líderes religiosos las enseñanzas de los santos populares, pero les hace bien el lavado de imagen que ellos realizan.
Y así, desgranando ideas, voy descubriendo quién canoniza a quién. Angelelli, canoniza a un episcopado que usó el argumento del accidente para lavarse las manos ante una voz que interpelaba a algunos de sus amigos. Romero canoniza, entre otros a muchos jesuitas (recuerden que Francisco lo es) que lo consideran un extremista fuera del lugar que ellos habían elegido para desarrollarse. Los mártires salvadoreños, los jesuitas asesinados en la Universidad Católica en El Salvador, canonizan a los que tienen su conciencia dolida por haber financiado la contrarrevolución centroamericana. La Madre Teresa de Calcuta, canoniza a los obispos y cardenales que viven en la riqueza de los palacios romanos y actúan sólo para complacer a los poderosos.
Pero brocherito (hoy un amigo me decía que algunos lo llaman así) nos dejará la enseñanza de no canonizar a nadie, sino de cuestionar los sistemas opresores que impiden la vida digna. Podrán ir a su celebración en la bellamente adornada Plaza de San Pedro el presidente, el gobernador y toda la comitiva que quiera, pero él seguirá siendo luz de esperanza para los pobres y los sufrientes, sin importar si es verdad o no el milagro atribuido, porque no importan los milagros, importa el amor… “amar hasta que duela” decía Teresa de Calcuta.

Córdoba, 24 de septiembre de 2016
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