No intento hoy hablar del caso
Santiago Maldonado, que tanto queda por saber y tanto se ha dicho sin saber. Intento
pensar en cómo nuestra sociedad, después de tantos años sigue enfrentada por
temas que pensábamos superados, que creíamos que todos estábamos de acuerdo y
que todos no queríamos que se repitieran.
Luego
de las condenas por los juicios de delitos de lesa humanidad ocurridos durante
la última dictadura, en que la gente salió a la calle masivamente en apoyo a lo
dictado por la justicia, parecía que nos unía el sentimiento de que como
conjunto social habíamos decidido que no íbamos a soportar más el atropello del
Estado sobre nuestros derechos y hasta sobre nuestra persona.
Pero
vino el caso Santiago Maldonado y tiro por la borda 40 años de construcción de
conciencia. De golpe, de un día para el otro, volvimos al “algo habrá hecho”. No
importaba que a un joven no se lo encontrara durante 80 días. No importaba que
la última vez que se lo vio, estuviera huyendo de una carga de gendarmería. No importaba
que esa fuerza de seguridad durante 30 días mintiera diciendo que no iban
armados y que no hubieran llegado a la zona donde se habían refugiado los
manifestantes.
Y
Santiago Maldonado trajo otras
discusiones colaterales, por ejemplo la raíz étnica del pueblo Mapuche. Se
discutió ya no solo el reclamo de los pueblos originarios sobre ciertas
tierras, que fueron otorgadas por ley, sino también si el mismo pueblo Mapuche
es argentino o chileno, como si estas naciones originarias de nuestra América
no fueran anteriores a la conformación de los Estados a mediados del siglo XIX.
Y
así, desviando discusiones, aceptando comentarios de dirigentes políticos del
más alto nivel, como Carrió, que en una falta de respeto sólo comprensible en
una persona que parece “borracha de votos” hace bromas que hieren las
sensibilidades más duras, pero que ella es impune porque los medios de
comunicación han decidido recubrirla de un halo de santidad vengadora
incomprensible, ya que ella misma vive en constante contradicciones, tal como
nos pasa a la mayoría de los seres humanos. No es un ángel, aunque ella se lo
crea, y no se da cuenta que un buen día, cuando moleste se la sacarán de
encima.
Y
así, a upa de Santiago Maldonado, mostramos la hilacha. La mostramos cuando el
gobierno nacional le puso un guardián del Ministerio de Justicia al juez
Otranto para que cuidara que la investigación no fuera para un lado no
conveniente y la mostramos cuando se reclamaba la aparición con vida de
Maldonado esperando que no aparezca hasta después del 22 de octubre creyendo que eso sacaría votos al
oficialismo. Mostramos la hilacha, cuando se dejó a la Gendarmería investigar
durante los diez primeros días y era a ellos a quien debía investigarse. Mostramos
la hilacha, cuando debíamos solidarizarnos y acompañar la búsqueda de la
familia y lo único que hacíamos era dividirnos entre los que estábamos en
contra del gobierno acusándolo y los que estábamos a favor del gobierno y decíamos
que tal vez se lo tenía merecido.
Pero
no hicimos lo que debíamos hacer. Investigar cómo puede ser que en un espacio
yermo una persona desaparezca de la nada. Ayudar a la justicia con todos los
medios que como ciudadanos les entregamos al Estado para que nos proteja. Acompañar
a una familia que sufre y entre todos encontrar la verdad.
Pero
me parece que ante todo, debemos como sociedad ponernos de acuerdo seriamente,
sin falacias, el contenido de los derechos que debemos defender. Sin importar
quién ejerza el gobierno, para evitar que a la primera complicación salten como
langostas las diferencias más profundas que muestran que aún hay gente que cree que pueden resolverse las
contradicciones sociales con un concepto de mano dura que es inadmisible en el
estado de derecho y que no es sacándose de encima a los diferentes a nosotros
cómo se construye un mundo para todos.
Debemos
ponernos de acuerdo en que el mundo es tan grande que todos tenemos lugar. Los
hijos de inmigrantes europeos y los hijos de inmigrantes americanos. Los
criollos y los originarios. Los rubios y los negros. Los adultos “responsables”
y los jóvenes “útopicos”. Y ese mundo lo que no debe tener es ricos y pobres,
sino que todos tienen derecho a la vida digna. No debe tener poderosos ni
oprimidos, ya que todos deben tener acceso a la libertad que surge de la
fraternidad. Quien oprima debe ser castigado, quien viole derechos debe ser castigado,
quien se olvide de su hermano debe ser reconvertido por los demás para de ese
modo vivir en armonía.
Así,
Santiago Maldonado, que acompañaba los reclamos que consideraba justos podrá
encontrarse en paz y su familia dejará de sufrir, ya no sólo su ausencia, sino
también los insultos hacia el ser perdido.
Jorge Gerbaldo
23-10-2017
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